noviembre 09, 2007

La Promesa Rota

La narración de esta noche, procede de una leyenda popular japonesa, leída en la infancia y que hace unos añitos adapté para un concurso de cuento corto.

Someto a la aprobación de la Sociedad de la Media Noche, esta historia que titulo: "La Promesa Rota"

-No tengo miedo de morir - dijo la Reina en su lecho de muerte -Estoy serena pero tengo una sola preocupación, amado mío, pues deseo saber quién ocupará mi lugar cuando me haya ido.

-Querida mía, - contestó el acongojado Rey -Nadie ocupará tu lugar jamás en mi castillo ni en mi corazón, eres la unica mujer que he amado y no me volveré a casar.

En el momento en que el Rey hubo dicho esto, hablaba desde el fondo de su alma, pues amaba a su esposa y compañera a quien estaba a punto de perder a manos de la tuberculosis.

- ¿Lo juras por tu honor de caballero? -preguntó la Reina con una débil sonrisa y tomándole la mano.

-Por mi honor de caballero, lo juro - y la besó en la frente.

-Entonces amado mío, deseo que me concedas una última voluntad. Me gustaría ser enterrada en el jardín de palacio, el de enfrente de nuestra habitación y bajo la sombra del roble que juntos plantamos y rodeada de mis amadas flores. Hace mucho tiempo quería comentarte esto, pues pensé que si querías casarte de nuevo, no querrías tener mi tumba tan cerca. Ahora que has prometido que ninguna otra mujer ocupará mi lugar no tengo ninguna duda en expresarte mis deseos. ¡Deseo tanto ser enterrada en nuestro jardín! Pienso que así podré a veces escuchar tu voz y ver las flores en la primavera, además de una campanilla como las que usan en la iglesia, de plata.- y suspiró.

-Todo será como desees, pero no hables de tu entierro, aún hay esperanzas.

-No las hay, moriré en la mañana y ya nada puedes hacer, pero ¿cumplirás tu promesa y me enterrarás en el jardín como me prometiste?

-¡Sí! - contestó enérgicamente el Rey y rompió a llorar -Tendrás todo lo que deseas.

-Entonces puedo morir en paz y cerró sus ojos lanzando el último suspiro, mientras una serena sonrisa se dibujaba en su rostro. ¡Se veía tan hermosa!

El Rey hizo lo que su amada esposa le pidió, al pie de la letra. Erigió una hermosa tumba en el jardín, junto a su lecho favorito de flores y a la sombra de su roble. También en su féretro, había una campanilla de plata, justo como lo había pedido.

Pasó el tiempo y el Rey se sintió un poco solo, pues no tenía hijos ni otra compañía mas que la de sus cortesanos y la servidumbre de palacio. Su familia constantemente lo asediaba con posibles pretendientes, para convencerlo que se casara de nuevo y argumentando que no habían herederos al trono y que su reino y fortuna se perderían.

Después de unos meses de escuchar esta letanía día y noche el Rey aceptó y contrajo nupcias con princesa de un Reino vecino, joven, virtuosa e inteligente, que pronto quedó encinta asegurando el porvenir de su caudal.

Pocos días después de la noticia de que la nueva Reina estaba encinta, se desató una terrible guerra, pues los Turcos amenzaban con invadir el reino, por lo que el Rey tuvo que marcharse a la batalla y dejar a la Reina por primera vez sola en el castillo.

Esa noche hubo una gran tormenta, terrible, el viento soplaba y uluaba por los pasillos del solitario castillo. La Reina se sentía inquieta sin saber por qué y no podía conciliar el sueño. Los perros aullaban de una manera que helaba la sangre y entre el fragor de la tormenta se escuchaba a lo lejos una campanilla de plata. Este sonido, extraño en una tormenta como esta, heló la sangre de la reina que paralizada no podía moverse y no podía gritarle a su dama de compañía, que dormía en un rincón.


La campana parecía que sonaba desde fuera de su cuarto, por el jardín, y cada vez se escuchaba más cerca y ¡como aullaban esos perros!. El viento golpeaba las ventanas como si quisiera romperlas y en la oscuridad de su cuarto la joven Reina pudo distinguir una sombra, una sombra que la acechaba...


¡Cerca y más cerca se escuchaba la campana! Y al sonar la media noche, la hora de las brujas, pudo ver claramente la figura que la atormentaba, era la de una mujer amortajada, con cabellos que flotaban al viento y sin ojos. El horrible espectro se acercó más y habló:

-¡No en este castillo, no te quedaras aqui! Deberás marcharte al amanecer, y no le dirás a nadie la razón de tu partida. ¡Si le dices una sola palabra...te mataré!

La Reina al escuchar estas palabras se desmayó y el espectro desapareció.

A la mañana siguiente la joven mujer permaneció inquieta y angustiada, esperando noticias de su esposo y pensando que la aparición había sido producto de su nerviosismo y su imaginación, por lo que no le dio importancia al mensaje y se tranquilizó. Sin embargo, no comentó con nadie lo ocurrido, recordando un poco la advertencia del espectro y temiendo que la tomaran por una loca.

La siguiente noche, nuevamente el espectro se le apareció, respetando la hora y con el tañir de la campana como aviso que la precedía. Le dijo la misma advertencia, pero esta vez gimiendo y llorando y logrando que la Reina no pudiera pegar ojo en toda la noche.

Pasó el día triste, sin que nadie pudiera alegrarla, hasta que se presentó el Rey, que regresó al castillo para reabastecer a sus hombres y ver a su esposa, a quien encontró llorando en un rincón de su cuarto.

- ¿Por qué lloras mi señora?

- Te suplico dijo la Reina arrodillándose - perdones mi ingratitud y me dejes partir de regreso al reino de mi padre. No puedo continuar aquí ni un minuto más.

- ¿Acaso no eres feliz aquí? ¿Es que alguno de mis servidores te ha hecho daño o molestado durante mi ausencia? - preguntó extrañado el Rey ante tan abrupta petición.

- Todos han sido muy buenos conmigo, las razones de mi partida no puedo revelártelas, sólo sé que no puedo seguir siendo tu esposa ni tu reina y debo marcharme.

- Pero querida mía, es muy extraña tu actitud y es muy doloroso para mí separarme de tí, pues no puedo imaginar por qué quieres marcharte. Por favor, piensa bien las cosas.

- Si no me dejas ir, moriré y se soltó a llorar amargamente.

El Rey permaneció callado un momento, tratando en vano de pensar en alguna razón para que su esposa le pidiera marcharse. Después de un rato, el Rey le dijo serenamente:

- No veo necesidad de mandarte de regreso a tu reino si no me das una buena razón. Si me dices qué es lo que ocurre, entonces podré pensar en la forma de dejarte ir ¿acaso no me tienes confianza?

La Reina ante tales palabras se sintió obligada a hablar. Le contó lo que sucedió con lujo de detalles, añadiendo con terror:

- ¡Ahora que te lo he dicho todo, ella me matará!

El Rey era una persona sensata, práctica y no creía en historias de fantasmas. Se encontraba asombrado por la historia contada por su joven esposa y trató de buscar una explicación plausible y racional a todo lo que ocurrió, con lo que tranquilizó a su esposa, diciéndole que era la soledad, combinada con el temor por la guerra y la tormenta que le habían jugado una mala pasada. Le habló con tanto cariño y confianza que la Reina terminó por creerle y decidió quedarse.

- No estarás sola esta noche amada mía, aunque tengo que partir de vuelta al campo de batalla, dejaré a dos de mis mejores hombres par auqe te cuiden y no dejen que vuelvas a imaginar escenas tan aterradoras.

Esa misma noche, el Rey partió, dejando a sus dos mejores caballeros en compañía de la Reina, con órdenes estrictas de cuidarla con su propia vida. Los hombres contaron historias agradables a la reina, jugaron ajedrez, cantaron y rieron, todo para distraer a la reina de sus temores.

Cuando era hora de dormir, la Reina se retiró a su lecho, mientras que los guardias se acomodaron en una esquina de la habitación, detrás de un biombo para no despertarla y continuaron con su partida de ajedrez.

A la media noche, la Reina despertó con un grito de terror pues a lo lejos escuchó un ruido amenazador...¡La Campana! Y se iba acercando cada vez más.

Gritó, pero nadie acudió en su auxilio. Se levantó de la cama, asustada y agitada y corrió hacia los guardias reales, pero ninguno se movía. Permanecían fijos, como estatuas ante su juego de ajedrez, mirando al espacio con ojos vidriosos y fijos. Por mas que los sacudió, les gritó y los movió, no pudo despertarlos, era un letargo como de muerte.

Al amanecer los guardias de palacio despertaron frente a su juego, dijeron haber escuchado una campanilla en el cuarto durante la noche y los gritos de la Reina, pero no podían moverse ni hablar, era como si un sueño pesado los hubiera envuelto y del que apenas habían podido despertar.

La Reina había desaparecido y por mas que la buscaron por el castillo entero, no pudieron hallarla...

1 comentario:

the lines on my face dijo...

muy chido mujer, me gustó mucho, me lo imaginé en un corto animado, deberíamos de hacerlo!!!
muchas felicidades por el cuentito ;)